La productividad marca la diferencia para un estudiante. Créeme.
Llevo más de 15 años trabajando cada día con estudiantes de distintas edades y perfiles, y calculo haber pasado más de 15.000 horas con ellos en mi academia de refuerzo.
Y después de tanto tiempo, puedo decirlo con claridad: la productividad lo cambia todo.
He visto una evolución general del alumnado en estos años. Por desgracia, una evolución a peor.
Lo confirman los informes PISA* y muchos profesionales del sector educativo: el nivel medio de los estudiantes es más bajo que hace cinco o diez años. Y no es culpa de los chavales, sino de un sistema educativo que avanza mucho más lento que la sociedad.
* Puedes consultar los últimos resultados en la web oficial de la OCDE aquí.
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El sistema educativo no se adapta al ritmo de la sociedad
He trabajado con centenares de chicos y chicas de Primaria, ESO, Bachillerato, FP y Universidad, de distintos centros y comunidades autónomas. El problema es global.
Los tiempos cambian:
- La tecnología es más importante que nunca, y en el ámbito educativo no es menos.
- Los contenidos evolucionan, pero no siempre todos al ritmo necesario.
- Los hábitos y valores de los jóvenes son diferentes.
No culpo al sistema educativo en sí, sino a la lentitud con la que se adapta a esta nueva realidad.
Tampoco culpo a aquellos profesores que se esfuerzan por mejorar cada día, sino a los que no lo hacen y a quienes toman decisiones sin actualizarse ni escuchar a los que están en el aula.
La educación “oficial” corre el riesgo de quedarse atrás frente a la formación no reglada, más actual, dinámica y útil para el mercado laboral.
Y aunque no se pueda cambiar el sistema de un día para otro, sí podemos enseñar a los alumnos a adaptarse a los cambios por sí mismos.
Falta formación en competencias clave
No podemos adaptar el sistema a los cambios tan rápidos que hay, pero sí se podría enseñar a los alumnos a que se adapten a ellos individualmente.
Echo en falta una formación sólida en competencias tecnológicas, desarrollo personal y técnicas de aprendizaje.
Las llamadas soft skills —habilidades blandas— son hoy tan necesarias como los conocimientos académicos.
La Educación debería preparar a los jóvenes para la sociedad en la que viven y en la que vivirán.
Y eso pasa por enseñarles a gestionar su tiempo, organizarse y aprender a aprender (una forma práctica de hacerlo es con el Método Feynman, una técnica que ayuda a entender y retener mejor los contenidos).
Muchos profesores, unos por desinterés, otros por no tener acceso a formación, no dominan algunas de estas herramientas, ni otras realmente potentes e imprescindibles.
Por ejemplo, ¿por qué todavía no se forma al profesorado específicamente en ciertos ámbitos de la Inteligencia Artificial, una tecnología tan transformadora como lo fue Internet, y de la que seguro que algunos alumnos suyos saben incluso más?
La productividad: la gran oportunidad para mejorar el rendimiento
Llegados a este punto, te preguntarás:
“Vale, ¿y qué tiene que ver todo esto con la productividad?”
La respuesta es: todo.
Volvamos a la idea inicial de que la productividad no es “hacer más cosas en menos tiempo”, sino saber qué hacer (y qué no) en cada momento para lograr los resultados deseados.
Un estudiante productivo:
- Piensa a corto, medio y largo plazo.
- Distingue entre lo importante y lo urgente.
- Progresa de forma constante, sin estancarse.
- Tiene claros sus objetivos y actúa con intención.
- Aprende a adaptarse a los cambios sin perder el foco.
No es fácil ese cambio de planteamiento, pero una vez que se consigue, el impacto en los resultados es enorme.
Un adulto quizá lo vea complicado, pero los jóvenes parten con una ventaja: aprenden antes y se adaptan mejor.
Imagina esto
Un estudiante que no solo piense en la tarea de hoy, sino en el trimestre o el curso entero.
Que sepa priorizar, aprovechar su tiempo y avanzar con sentido.
Que entienda que su organización y sus hábitos de hoy serán su mayor ventaja el día de mañana.
Ese estudiante será un Estudiante Productivo, capaz de gestionar su tiempo, su esfuerzo y su vida.
Y, en el futuro, será un profesional demandado, valorado y feliz.
¿Quién no querría eso para su hijo o hija?
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